YO, FUERA DE MI

Ya rara vez sabía cuándo era él, al punto de hablar de él en tercera persona, como si no fuera él, como si él hablara de alguien más cuando realmente estaba hablando de si, como si fuera alguien más que hablaba de él y realmente muy pocas veces comprendía que hablaba de él mismo porque siempre se sentía como si hiciera referencia a un tercero, a otra persona.

No sabía cómo evitar que le sucediera eso, ya había intentado mil cosas, un sinfín de remedios caseros, pero el problema era que no entendía si quien lo intentaba era él mismo, o si por el contrario él sentía que lo hacía mientras se miraba sentado sin hacer algo en lo absoluto, pero asumiendo ese intento como propio. Era como si entrara en otros cuerpos para ver un cuerpo abiótico que respiraba y palpitaba sentado y ensimismado. Podía carcajearse y reírse mientras sus mejillas, pómulos, labios y rostro estaban impávidos, casi inertes.

En alguna ocasión se vio caer al suelo y exclamar asustado “está muriendo, está muriendo” como si quien muriera no fuera él, sino otro y como si gritara él, aunque no dominara la posibilidad de gritar o no, simplemente estaba en el cuerpo de quien gritaba y asumía ese grito como suyo; además quien gritaba, no se enteraba, ni parecía sentir que él estaba allí dentro, sintiendo como propio los movimientos, pensamientos, palabras y sensaciones de su huésped.

En ese ser él, fuera de él y dentro de alguien que no era él, se burló de sí mismo, se golpeó y se quejó muchas veces con voces de sus familiares más allegados, por tener que cuidar a ese zombi estático, por no continuar su vida, por tener que vigilarlo temiendo que en cualquier momento recayera en un intento de muerte y siéndole imposible alejarse porque era necesario estar allí para protegerlo, estar allí en contra de su propia voluntad, que no era su voluntad, sino su voluntad momentánea, pasajera, la voluntad de otros que se convertía en su propia voluntad, voluntad que quería irse de allí, ir a dormir, a divertirse, a hacer cualquier cosa que no fuera cuidar de aquel que estaba inmutable en una silla, cuidar de él mismo; voluntad que estaba cansada de estar allí, a pesar de que todo el tiempo se preocupara por su salud.

Sus allegados, preocupados buscaban soluciones por doquier, el primer paso fue acudir a los Galenos. Ellos encontraban, en cada consulta, que él tenía diversas fallas en su salud, pero que las enfermedades que acaecía se propiciaban por su mala alimentación; lo que nadie podía explicarles era que él se sentía saciado, lleno, satisfecho; pero él no había comido bocado alguno, no era él quien se había satisfecho ya que cuando se sentía él y comía, igual nunca había sido él en realidad. Es como si tuviera la capacidad de abandonar su cuerpo y poseer otro, pero sin la conciencia de haberlo hecho y sin poder modificar lo que ese otro hacía. Como si se metiera en la vida del otro y se convirtiera en el otro, pero recordando que era él y viéndose siempre acaecido, lastimero, enfermo, escuálido, al bordo de una muerte inminente. Parecía ser una enfermedad pero no lo era porque ningún médico encontraba una explicación científica, fisiológica o biológica para el problema que él describía; o tal vez quien lo describía no era él, sino su acompañante, su morada pasajera, quien hablaba de él y él sentía como si quien hablara fuera él aunque nunca podía estar seguro de serlo.

La conclusión de la medicina convencional era generalmente que tal vez sufría un problema de estrés crónico y que era un caso que debía remitirse a la sicología. 

Los sicólogos buscaban explicar con diálogos que terminaban convirtiéndose en monólogos, la razón  por la que él parecía querer evadirse de sí, pero él sabía realmente que no lo buscaba, incluso se miraba allí sentado, mientras que simultáneamente dialogaba de pie con el sicólogo planteándole un diagnóstico básico del problema que se evidenciaba en su diario vivir, intentando dar la mayor cantidad de detalles de su propio problema con la intención de que alguien pudiera, en cualquier momento, encontrar la solución; se preocupaba en demasía por su estado, tanto como cualquier otro miembro de su familia podría preocuparse. Quería hacer algo para sacarse a sí mismo de ese estado, pero lo único que se le ocurría era mirarse a los ojos, tomarse de los hombros, sacudirse y enojarse con él mismo por no hacer nada para recuperar su vitalidad, para salir de esa penosa situación.

Los sicólogos no lograron resultados positivos, porque plantearon cuestionarios que él sentía que él mismo se hacía y veía como él mismo no lo respondía. Incluso en alguna de las sesiones, con alguno de los sicólogos, se desesperó tanto al hacerse el cuestionario y verse inmóvil mirando al infinito, casi sin vida a pesar de sus signos vitales normales, que intentó despertarse a sí mismo abofeteándose pero lo único que conseguía era verse caer en el diván y luego entraba por la puerta, lleno de una ira que no era suya, a defenderse a sí mismo, de ese sicólogo abusador que se atrevió a golpearlo.

El paso a seguir era la siquiatría, pero las drogas que recomendaban solo lograban que pareciera aún más ensimismado de lo que se veía; sencillamente lo dormían y eso era aun peor porque dormido no podía ni siquiera verse a si mismo, ni procurar una solución.

La brujería intentó expulsar de su cuerpo un espíritu malicioso y diabólico inexistente, pues el problema no era que su cuerpo fuera hábitat para almas extrañas, el conflicto radicaba en que ese cuerpo no era el habitáculo ni siquiera de su propio espíritu. Siempre estaba en sí, estando fuera de sí.

Lo único que recordaba de sí era que, algunas veces estando solo, conseguía escribir lo que le pasaba, pero nunca lograba escribirlo en primera persona y se veía luego leyendo lo que había escrito, sin recordar el momento exacto en el que lo había escrito e incluso dudando de haberlo escrito el mismo o si lo había hecho alguien más; se entusiasmaba con la idea de creer en que realmente podría ser quien había escrito eso que leía de sí mismo o que tal vez alguien se estaba atreviendo a leerlo y él había estado allí, dentro de ese cuerpo, utilizándolo de huésped todo el tiempo para poder leer eso que tanto le gustaba, lo que el mismo había escrito. Tal vez siempre podía estar en el cuerpo de quien lo leía sin que éste se diera cuenta que estaba siendo habitado por él, tal vez siempre quien leía era yo, fuera de mí.

 

 

YO FUERA DE MI: Dime lo que te transmite por fa

Fecha: 19.10.2018

Autor: Laura Marín

Asunto: Sentirse atrapado

Un cuento increíblemente describiendo la realidad de unos tantos como mi persona, ¿quien domina allí adentro, quien lee, quien vive?, tal ves el alama atrapada en un cuerpo prestado, el cual cómo saber si este domina o nosotros dominamos?.... Interesante lectura.

Recomendación; Escribir un libro de Matefranklin.webnode.es

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