Vida soñada

Y cuando despertó, entró en su nueva realidad y empezó a vivirla como tal, sin discernir que era un sueño hasta que logró entender algunas incoherencias.

Estaba en su carro de carreras, un fórmula uno de color blanco con alerones y visos rojos; su casco era blanco y a medida que el carro avanzaba velozmente por las rectas y las curvas, identificaba los botones, pedales, sus ubicaciones y su funcionamiento, a pesar de que el auto aún parecía manejarse solo. Nunca había manejado un auto así y eso ya era muy peculiar pero estar sentado allí en ese momento no le permitió pensar en esas irregularidades por mucho tiempo.

No punteaba la carrera, sino que en el camino, delante de él, alcanzaba a ver la parte trasera de los autos de varios de sus contrincantes muy cercanos unos de los otros y se notaban constantes intentos de atacar  para alcanzar la punta.

En una de las curvas, en medio de sus movimientos aún automáticos e inconscientes, acató a mirar por el retrovisor  percibiendo un auto que raudo se aproximaba a hacer una segunda fila al lado suyo; en el momento en que percibió un intento de sobrepaso sobre él, despertó a su realidad y se apropió de su rol de competidor, buscó la parte interna de la curva y aceleró como si toda su vida hubiera sido un piloto de alta competencia, luego aprovechó sus pocos metros de adelanto para poner su auto en frente del de su contrincante, obligándolo a apretar los frenos intempestivamente. Con esta distancia y luego de dos curvas más, ya le había tomado poco más de dos segundos de ventaja y lo veía distanciarse cada vez más utilizando los espejos retrovisores de su auto; simultáneamente empezó a verse más cerca de dos automóviles que estaban frente a él, muy próximo uno del otro y ceñidos en una evidente y recia disputa por los puestos principales. Cuando entraron, los tres, en la siguiente curva, cerrada con un ángulo de noventa grados, desencadenaron en una larga recta rodeada lateralmente por tribunas llenas de banderas y personas que enardecieron en cuanto los vieron entrar, esto le dio a entender irrefutablemente que competían por el primer lugar y después de haber defendido su posición de una manera tan recia,  se sintió en la capacidad de ganar puestos, de hacer sobrepasos e incluso empezó a pensar en la posibilidad de ganar la carrera.

Sus movimientos de conducción se hacían más conscientes y finos, con el pasar de cada vuelta se mecanizaban hasta el punto de conseguir observar el paisaje que se veía pasar raudo en sentido contrario a su desplazamiento, no había estado antes en este lugar pero empezó a rememorar los juegos de video en los que corrió alguna vez y creyó estar en Mónaco, sin embargo las diferentes pistas de fórmula uno parecían trocarse estando por un momento en una y en el siguiente en otra; cada vez que se imaginaba en una pista, su monoplaza empezaba a recorrerla y sintió una mayor incoherencia en lo que vivía, era tan poco verosímil que no podía ser real y cuando esa idea cruzó por su mente, su camino se convirtió en un arco iris que subía y a travesaba las nubes, camino delineado por frondosos árboles de frutas coloridas que estaban sembrados pero no se veían sus raíces, como si no necesitaran de ellas para sostenerse en pie a lado y lado del camino.

Divagó por el camino absorto en una indescriptible felicidad y tranquilidad pero pensó que para estar ahí, en un lugar tan hermoso y paradisiaco, necesitaría estar muerto, sin embargo se hizo consciente nuevamente y no recordó algún evento que pudiera haber significado su muerte y a medida que era más consciente, menos colorido se ponía el camino y su arco iris se decoloró hasta llegar al punto de ser blanco y negro, para luego convertirse, ese mundo irreal, en su camino inicial, en la carrera de F1, tal vez en Mónaco, de un momento a otro a todo color, posado en la pista pero sin posibilidad alguna de reaccionar ante una curva inminente, pues su regreso había sido tan abrupto que no le daba posibilidad de entrar de nuevo en su rol de competidor y maniobrar; ante este hecho, se hizo inevitable su colisión de frente con un muro  de llantas que lo recibió en una forma tan violenta que, en medio de una estruendosa explosión, lo cubrió en llamas en milésimas de segundo.

Esta sensación de quemarse solo la sintió por unos instantes infinitamente pequeños de tiempo porque acto seguido gritó tan inconmensurablemente que ese grito lo apagó todo y le dio inicio a una nueva realidad sin llamas, ni carros, ni muros, ni explosiones; cual si despertara de una terrible pesadilla.

Efectivamente despertó pero su grito no pareció haber influido la vida de nadie en aquel lugar donde se encontraba.

Estaba  sentado en un bar, en una silla de madera de color café oscuro, con un espaldar muy sencillo y de forma rectangular que solo le cubría la parte de los omoplatos, espaldar sostenido  por dos maderos que bajaban hasta el asiento, maderos de igual grosor que las patas de la silla. En frente, a pocos centímetros, había una pequeña mesa de forma circular, sostenida por un madero que era su único vínculo con el suelo; dicho madero se dividía en cuatro pequeñas patas iguales como si fueran raíces, hechas con la intención de darle estabilidad a la mesa.

Sobre la mesa había una botella de aguardiente rodeada por una ensaladera plástica pequeña que contenía trozos alargados de piña, delgadas julianas de naranja y fragmentos de zanahoria alimonados con forma de paralelepípedos. En torno a la botella habían, también, tres copas, una en frente de él y las otras a los lados de la suya, lo que lo hizo mirar su entorno viendo a Edison y Diego, dos de sus mejores amigos, a lado y lado, pero sentados oblicuamente; de tal manera que, sin darle la espalda del todo, observaban fijamente a un sitio en común, justo en frente de  donde él estaba sentado.

Poco a poco se empezaba a escuchar una música discotequera como si fueran destapando sus oídos paulatinamente, o como si saliera de una nube que lo hacía impermeable al sonido. A medida que el volumen del sonido empezaba a aumentar en su cabeza, él comenzaba a entrar en su nueva realidad y redirigió su mirada para que convergiera al lugar donde estaba puesta la atención de sus amigos viendo allí a una bailarina que con movimientos simultáneos daba vueltas en torno a un tubo y se libraba a punta de patadas de un pantalón negro, elástico, ceñido y de tela brillante que tenía enredado en el tobillo derecho; después de su tercer o cuarto intento, el pantalón cayó de un envión sobre un joven desconocido, delgado, de camisa rayada con mangas largas, que se abalanzó al encuentro del mismo y lo intersectó justo antes de que cayera sobre, el que parecía ser, uno de sus compañeros de juerga, para luego levantarlo y volearlo por el aire cual si fuera una hélice buscando alzar vuelo y mientras tanto sonreía pareciendo el orgulloso poseedor de un gran trofeo.

Entre tanto, la despampanante bailarina de piel canela, senos redondos, grandes y firmes, piernas robustecidas, nalga pronunciada, cabello negro y lizo, largo hasta su espalda baja y estomago poco delineado sin ser gorda o demasiado flaca; continuaba  con su baile mecánico mientras su rostro expresaba la sensación que debe sentir cualquier persona al mirar como se cocina un arroz; parecía en un trance  en el que su mente divagaba por procesos matemáticos, como si estuviera repitiendo mentalmente la tabla del 19, es decir, parecía bailar sin disfrutarlo ni sufrir, a pesar de moverse sensualmente por toda la tarima.

En un momento cualquiera empezó a caer espuma desde el techo de la plataforma sobre la bailarina y simultáneamente alguien tocó el hombro de él y de su amigo Diego paralelamente, era una mujer desnuda; este hecho lo obligó a mirarla descaradamente de cabeza a pies, reparando en que era mucho menos sexy que su colega, la que bailaba, además de que estaba algo entrada en años y un poco pasada de kilos. Lo último que llamaba la atención en la señora nudista, era que tenía su mano estirada con unas pocas monedas sobre ella y tal vez tres billetes de baja denominación; con la intención de darle dinero, a lo mejor más por misericordia que por haberse sentido bien atendido, se esculcó sacando otro billete igual, mientras comprendía que era quien acababa de bajar del tablado y que su comportamiento de limosnera no era más que el cobro por su trabajo.

Bajó la cabeza para observar bien el billete que sacaría del bolsillo antes de que la bailarina se fuera de su lado, y cuando levantó su mirada de nuevo, vio como Edison, que estaba a su izquierda previamente, se había acercado a la tarima, en medio de su borrachera, para sentir que el baile público de la hermosa morena, era solamente para él. Ella, al verlo más cerca de la plataforma de lo normal, se le acercó con un rostro un poco mal intencionado y poniendo su vagina, ya totalmente descubierta, a la altura de su rostro y después de recoger parte de la espuma que tenía esparcida por todo su cuerpo desnudo, lo empavonó en cabeza y rostro, como si estuviera jugando picaramente con una persona con retardo mental o con un bebé de brazos, ante la mirada de satisfacción y de ebriedad del sujeto.

En ese momento, un guardia vestido de civil, se acercó al enjabonado hombre con el fin de moverlo bruscamente y a pesar de la contextura delgada de Edison y de lo gordo y fornido que parecía el guardia, el susto lo llevó a meterle un empujón seguido de una rauda carrera en busca de la salida del lugar.

Al ver este hecho y sabiéndose acompañantes del malhechor en fuga, tanto él como su amigo Diego, de manera casi instintiva se levantaron de la silla para huir del lugar siguiendo los pasos de Edison.

El paso por la puerta fue casi simultáneo pero cuando doblaron hacia la izquierda, Edison era quien punteaba le triángulo que formaban los corredores en fuga. La acera estaba oscura pero se iluminaba escasa y de manera intermitente por las lámparas de luces amarillas que se distanciaban unos cuarenta metros una de la otra. Luego de pasar tal vez 3 o 4 de esas lámparas, la fatiga empezó a invadirlo pero notó que Diego miraba hacia atrás y casi inmediatamente su rostro tomaba una expresión de preocupación mientras extendía sus manos hacia el frente y lateralmente poniéndolas en las espaldas de sus compañeros para hacer que aceleraran el paso. En ese momento procuró seguir el paso de Edison y Diego aumentando su velocidad y al mismo tiempo miró hacia atrás acatando que la distancia entre ellos y sus perseguidores disminuía; cuando volvió a mirar hacia el frente, el destello de una lámpara lo encandiló segándolo por unos pequeños instantes de tiempo, pero cuando volvió a abrir  los ojos, todo se puso blanco en todas las direcciones y las cosas que habían a su alrededor desaparecieron; acto seguido, comenzó a sentir que caía o a caer vertiginosamente sin ver un lugar donde caer. Su corazón palpitaba fuertemente mientras nada a su alrededor tomaba un color diferente al blanco, parecía un cielo pero no lo era, era difícil de explicar o entender lo que sucedía, cada momento aumentaba la desesperación y su corazón ya parecía querer salir de su pecho. Cada latido se sentía como si palpitara todo su cuerpo y se generó en él una sensación de terror tan intensa que lo llevó a despertar súbitamente.

En medio de la cama, sentado por el susto de la pesadilla, agitado y sudando, aún sentía los latidos furibundos de su corazón y el sudor cayendo por sus sienes, cuando una cálida mano derecha lo abrazó su pierna por el costado diestro, era su esposa Lucy que acto seguido puso su mano izquierdo sobre su espalda, mientras que tiernamente lo consolaba aseverando que era solamente una pesadilla. Él aún se sentía en un sueño y recordaba claramente y con detalles todo lo que le había sucedido, ya que lo sintió tan real que hubiera podido jurar haberlo vivido, sin embargo no daba explicación alguna, simplemente guardaba silencio.

Con su mano derecha agarró la mano derecha de Lucy, que todavía estaba en su pierna, mientras que con la izquierda palpaba su propio pecho como si quisiera detener los desaforados latidos de su corazón.

A medida que su corazón bajaba su ritmo cardiaco, su esposa lo besaba tierna y apasionadamente en el hombro y el cuello, pero él apenas volvía de su trance. En ese momento, una gota de sudor cayó desde su sien sobre su mano izquierda y a pesar de la penumbra que envolvía la habitación, él la percibió a tal punto que  le pareció ver su recorrido cuadro por cuadro hasta posarse sobre su piel, cual si hubiera estallado una bomba nuclear, pues lo hizo despertar realmente y salir por completo de esa situación que empezaba a dilucidarse claramente como un mal sueño.

Se aceptó despierto y reaccionó a su nueva realidad en la que su hermosa esposa trataba de seducirlo susurrando en voz baja una y otra vez: - Te amo Santiago. Su primera reacción fue sentirse excitado e iniciando una erección, pero en pocos instantes se dio cuenta de que antes de ese momento, no sabía su propio nombre. No dio importancia a este detalle y prefirió voltearse a besar a su mujer, pero cuando lo intentó, se dio cuenta que se lo impedía una pierna desnuda, femenina, suave y gruesa que se cruzaba sobre sus dos piernas imposibilitándole el movimiento.

Este hecho lo hizo desistir inmediatamente de su idea inicial y lo hizo voltear a su costado izquierdo, notando a su lado, la presencia de una hermosa mujer dormida, absolutamente desnuda, con su cuerpo hacia arriba pero con su rostro volteado hacia la izquierda, prácticamente colgando de la orilla de la cama y cubierto parcialmente por su cabello que, a pesar de su desorden, permitía notar que si estuviera suelto y organizado, no llegaría más abajo de sus hombros. Su par de senos, de mediano tamaño, descolgaban en diferentes direcciones sin perder su firmeza; las aureolas de sus pezones eran círculos perfectos, casi rosados, que espléndidos adornaban su dorso alargado por su posición distendida y tranquila que ayudaba a que su vientre se viera estilizado sin ser absolutamente delgado. Este colosal cuerpo se complementaba con un par de suaves, suculentas y gruesas piernas, tan gruesas que una sola de ellas le bastaba para, estando inconsciente, limitar la movilidad de Santiago.

Inmediatamente y a pesar de no ver con claridad su rostro, la identificó. Cómo no reconocería ese cuerpo tan hermoso que lo fascinó y al que le invirtió tantos intentos para poder poseer. A pesar de no sentirse descontento con la presencia de su amante, empezó a sentir un desconcierto por el hecho de compartir cama con ella y con su propia esposa, algo inaudito, porque las dos estaban vivas aún y ya en algunos momentos su esposa había asegurado matar a cualquier mujer que viera con él. Además de que su amante hubo alguna vez aseverado que se había enamorado de él sabiéndolo casado pero que otra mujer no permitiría en a su lado, que sería capaz de matarlos a ambos.

Santiago les creía a las dos ya que siempre se había caracterizado por ser atraído por mujeres celosas y de carácter fuerte.

¿Será que no se han visto? Pensó, pero en cualquier momento podrían verse y él estaba en medio, eso indica que más temprano que tarde estallaría esa guerra. Su decisión, casi inmediata, fue buscar una excusa y levantarse antes de que la hecatombe iniciara.

-          Voy para el baño

Le dijo a su esposa en voz baja y sigilosamente movió la pierna de su amante de encima suyo, pasó sobre su cuerpo con toda la intención de no despertarla y se aproximó a la puerta de madera, tomó la chapa metálica redonda y la giró sigilosa y prolijamente para que no hiciera ruido alguno, luego abrió la puerta y su base chirrió suavemente como siempre lo hacía, pero en ese momento de temor, ese sonido le pareció ensordecedor pues lo último que quería era llamar la atención de ambos simultáneamente.

Volteo su mirada rápidamente y se percató de que ninguna de las dos miró y eso lo hizo sentir aliviado pero ahora su problema era volver a cerrar la puerta.

Pensó en dejarla abierta para evitar el chirrido, pero eso conllevaría tener todo el tiempo la curiosidad de asomarse para ver lo que pasaba en esa jaula con dos fieras encerradas, además tendría la zozobra en cuanto al momento en que estallaría esa guerra.

Optó por halar fuertemente la puerta para que la velocidad evitara el sonido, pero la detuvo justo antes de chocar contra el marco, se tomó el tiempo y la delicadeza necesaria para girar nuevamente la perilla, con la intención de no hacer ruido alguno.

Estando fuera de la habitación, con la puerta cerrada y con la perilla aún tomada en su mano, permaneció por poco más de medio minuto, inmóvil esperando que hubiera ruido, gritos, objetos quebrándose, vidrios rotos, algo que le indicara que la que la hecatombe había iniciado; pero nada, paz, tranquilidad, quietud, silencio absoluto era lo único que se escuchaba en rededor. Soltó la perilla después de haberle permitido girar sin ruido alguno, caminó hacia el baño, orinó como diariamente lo hacía después de despertarse, aseo su boca, cepilló sus dientes, se echó agua en el rostro y justo en ese momento se vio sin camisa al otro lado del espejo. Se miró fijamente sus propios ojos, tan fijamente que intentaba hablar consigo mismo convenciéndose de que lo que estaba sucediendo tenía que ser una locura; trataba de encontrar una posible explicación coherente para todo esto.

Mientras miraba fijamente sus ojos en el espejo, le pareció percibir, con un reflejo involuntario, una sombra por debajo de la puerta. Se estuvo quieto esperando otro movimiento que le verificara el anterior, pero nada pasó, se convenció entonces de que era una falsa alarma, otra mala jugada de su imaginación, tal vez por esa situación apremiante que estaba viviendo; decidió ignorar la sombra y pensar de una vez en una solución a esa engorrosa situación que estaba viviendo. Caviló un proceder que evitara confrontaciones y que no desencadenara en actos violentos pero por más que escudriñaba en el mismo a través del espejo, sobre el lavamanos, no encontraba respuesta y sentía que durante esos pocos segundos, corrían horas. El tiempo seguía pasando y en cualquier momento despertarían así que, al no encontrar soluciones prefirió evitar contusiones y huir.

No iba a entrar nuevamente a la habitación asi que abrió la puerta con la intención de ir al patio, tomar la ropa que pudiera hacerlo ver medianamente decente, aprovechar y salir sin ruido; pero, cuando abrió la puerta del baño, sintió que sus labios eran chocados por los labios de esa hermosa mujer de cabello corto y piernas gruesas que con sus ojos cerrados se paraba en las puntas de los pies y rodeaba su cuello con las manos, colgándose de su nuca con la intención de aminorar la diferencia de estatura que había entre ambos, mientras que, simultáneamente acercaba su pelvis, ya no completamente desnuda, a la zona pélvica de aquel desconcertado hombre y con movimientos de gran destreza, consecutivos, sensuales y para nada torpes restregaba  sus suculentos senos en el pecho de Santiago. La impresión y la zozobra  que él sentía, no le permitieron cerrar los ojos sino que buscaba, sin mover su cabeza, ubicar la posición de su esposa, que podría aparecer con la misma imprevisión que había aparecido la primera. Sin embargo, al no ver a su esposa en el contorno y no percibir en el perímetro perceptible movimientos diferentes a los abrazos, besos y caricias que tenia frente a él, se entregó al placer y al deseo, cerró sus ojos y se perdió en el goce que le daba el sentir suyo ese hermoso, diminuto y suave cuerpo.

Tomó la iniciativa que hasta ahora había evitado, la agarró por las piernas con sus brazos y, sin parar de besarla, la levantó haciendo que sus labios quedaran a la misma altura. La recostó contra el muro dejándose envolver en su pasión mientras sentía como su pene se erigía despacio pero constantemente. En ese momento, de la misma forma que ya antes había sucedido, percibió, sin ver, una sombra; y, acto seguido sintió un fuerte golpe  en la cabeza con un sonido de lata, cual si le hubieran estallado un perol. 

En ese momento abrió los ojos y se encontró agazapado tras un escalón alto de una acera; no entendía lo que pasaba ni como había llegado allí, estaba agitado, con el corazón en la garganta, sintiendo nuevamente que todo su cuerpo palpitaba al ritmo de su ritmo cardiaco y sudando desaforadamente cual si hubiera acabado de despertar. Auscultó su entorno y lo reconoció, era una acera muy cercana a la casa de sus padres, en la cual se escondía habitualmente cuando practicaba alguno de sus juegos en la infancia.

Traía puestos tenis de bota, de talla pequeña, una pantaloneta azul monocromática un poco desteñida y unas medias tobilleras blancas que se escondían entre las botas de los tenis.

Desde el lugar donde estaba envuelto en penumbras, formadas por la oscuridad de la noche y la luz de la lámpara cuya base se ubicaba a poco más de tres metros de su posición, alcanzaba a ver abierta la tienda de don chepe que era el lugar donde su madre los mandaba a él y a su hermano a comprar los víveres que se agotaban en el transcurso de la semana. Al lado de la tienda estaba el árbol de mandos donde se encontraban, los amiguitos de la cuadra, varios días de la semana a pasar las tardes trepando a las ramas, jugando canicas en la base y riendo desaforadamente después de la salida del colegio.

Encaramados en el árbol, evidentemente escondidos, Santiago alcanzaba a ver dos niños; uno de ellos, sin duda, era su hermano y el otro, por la oscuridad de la noche y la sombra  de las ramas del árbol, no alcanzaba a distinguirlo bien. En ese momento, Víctor, se acercó al árbol gritando: - Un, dos, tres por Carlitos – e inició una carrera hacia uno de los postes que sostienen simultáneamente las lámparas para iluminar las calles y los cables que llevan corriente eléctrica a las casas aledañas; mientras tanto, Carlitos saltaba del árbol con intención de llegar primero al poste y así no ser el primer descubierto del juego de escondidas.

En ese momento Santiago despertó a su realidad notando que su escondite no era bueno, era fácilmente perceptible por poco cubierto, aunque la penumbra le ayudara a ser poco visible; entonces decidió cambiar de sitio, arrastrarse por la cañería que estaba llena de polvo y algunas hojas secas, debidas probablemente al verano. Víctor volvió al árbol para descubrir la identidad de aquel otro que estaba haciéndole compañía a Carlitos en el árbol pero, entre tanto alzaba la cabeza intentando ubicar a aquel que no veía pues había subido hasta una parte demasiado alta del árbol, empezaron a salir varios niños a liberarse, pero él renunció a descubrirlos empeñado en identificar al niño del árbol; en ese momento Santiago salió corriendo a tocar el poste igual que los demás y dio un gran salto, como los que estaba acostumbrado a dar, con la intención de pasar a toda velocidad  desde la acera hasta la calle atravesando por encima de la cañería. En ese momento todo su entorno se puso blanco, desapareciendo todo el lugar en que se encontraba y recordó que ya había vivido esto, esta vez estaba viviendo esta situación en un estado de conciencia mayor, a pesar del vacío que estaba sintiendo, controlaba sus emociones y decidió esperar aún más para ver que ocurría al final de la caída sin fondo que estaba experimentando, pero la caída se hizo tan larga que mientras tanto pensaba en las posibles situaciones que podría empezar a vivir cuando pasaran algunos instantes de tiempo, que aún no han terminado de pasar.

 

 

De: Franklin Eduardo Pérez Quintero 2013

 

Tema: Vida soñada... Opina

Fecha: 18.01.2015

Autor: leidy

Asunto: comentario

Muy bueno cuchis primera ves que me lo leo completo

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