Fiebre de Fútbol

 

Abrí los ojos, acostado en mi cama y se borraron los sueños de mi mente, recordando de inmediato que hoy era el juego y sentí en mi cuerpo una sensación muy rara, una revoltura entre susto, ansiedad y felicidad que no era la primera vez que sentía, pero que siempre era difícil de entender y, por ende, de explicar. Sentí eso, que ya le llamaba “La fiebre de fútbol”, porque no tenía otra forma de nombrarla y no pude cerrar los ojos nuevamente. Me levanté, entré al baño y, mientras me duchaba pensé en llamar a mis amigos para que recordaran nuestro compromiso; hacía varios días que yo no podía ir a los partidos por tener que cumplir con mis responsabilidades del día a día, y sabiendo que el juego era hoy, la fiebre de fútbol se apoderaba más y más de mí. Salí del baño y mientras elegía la ropa que me iba a poner, separaba el uniforme de mi equipo para el juego en la tarde y lo dejé sobre la cama para no olvidarlo.

Empecé a contactar a mis amigos por las redes sociales pero la mayoría, conociéndome, me decía que dejara de ser “afiebrado”, yo les decía, como pretexto, que era importante confirmar la asistencia porque, aunque no era una final, este partido era muy importante en la temporada; pero yo sabía que ellos tenían razón, yo hoy tenía otra vez un caso extremo de la fiebre de fútbol.

Habiendo dejado todo listo con tanta anticipación decidí realizar actividades que no tuvieran relación con el juego de hoy, por lo que fui a la cocina a saludar a mi mamá, que ya hace un rato andaba rondando por allá. Cada vez que llega a la cocina pone y quita ollas estridentemente para que todos sepamos que empezó su labor.

Con un beso le dije:

-       Hola mamá, ¿qué huele tan rico?

-       El desayunito mijo – respondió ella – ya va a estar para que coma bien antes de irse para el partido, es importante el juego de hoy, ¿cierto mijo?

-       Sí mamá, respondí.

-       Yo sé que ese fútbol es la enfermedad suya – dijo – Así era su papá y eso como que se hereda.

-       Bueno mamá, la espero en la sala mientras veo algo en la televisión - le dije.

Y salí de la cocina antes de que empezara a rememorar partidos de los ochentas y los noventas, Rene Higuita Vs Gambeta Estrada, Colombia Vs Argentina en Italia 90 o el 5 – 0.

Prendí el televisor y estaba en el canal de novelas de mi mamá, por lo que empecé el zapping normal, pasando de canal en canal como es costumbre de todo hombre, pero nada era realmente atractivo, hasta que llegué al canal de deportes quedando atrapado por goles de Zlatan, jugadas de Iniesta, tapadas de De Gea; nunca antes me había dado cuenta que siempre, quiera o no, ahí termino bajándome la fiebre del fútbol, con más fútbol.

Mi madre me llevó la comida hasta la sala y estuve tan entretenido que ni me enteré detalladamente de lo que me sirvió. Estaba ya aburriéndome de ver juegos y jugadas repetidas, por lo que determiné ir a la cancha a ver el partido que se jugaría antes del nuestro, ya que se enfrentaban el primero y el segundo equipo en la tabla de posiciones del torneo.

El partido fue emocionante y después de iniciar el segundo tiempo mis compañeros de equipo empezaron a llegar paulatinamente. Una vez finalizado el partido, solo estábamos en las gradas diez jugadores del equipo, por lo cual nos pusimos el uniforme lentamente y calentamos durante un tiempo, esperando la llegada de, por lo menos, un jugador más; la estrategia surtió efecto porque llegaron tres más en el carro de uno de ellos. Antes de la patada inicial, con el balón en el medio del terreno, tuve los síntomas más agudos de la fiebre de Fútbol, retorcijones estomacales, sudor frío, ganas de entrar al baño, entre otros; pero después del inicio, otra vez, el fútbol fue el alivio para esa enfermedad. Después de terminado el juego, discutimos las correcciones, estrategias y jugadas más destacadas.

Ahí no terminó la fiebre, hay una etapa adicional que se da cuando se está solitario, en medio de la oscuridad, acostado, antes de dormir; cuando se cierran los ojos vuelve a la mente el cabezazo que pasó rozando el palo, el túnel que pude haber evitado si atacara más calmado, el gol que habríamos hecho si no hubiera resbalado y un sinfín de episodios que se reviven en la mente, pensando que podrían tener un final diferente, más ameno, más feliz. Ahí, acostado en mi cama, en el mismo lugar donde había iniciado la fiebre de fútbol del día de hoy, ahí se apaciguan los síntomas y pareciera que termina esta enfermedad que me mantiene con la pelota en la cabeza.

 

15/11/2017 flota